domingo, 18 de mayo de 2025

"Inserción Sociolaboral de Mujeres Víctimas de Violación: barreras, facilitadores y buenas prácticas". Por Andrea Giovine Jiménez

 LRH 2025

1. Introducción

La violencia sexual contra las mujeres es una de las formas más graves y extendidas de vulneración de los derechos humanos en el mundo contemporáneo. Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), aproximadamente 1 de cada 3 mujeres ha sufrido violencia física y/o sexual por parte de su pareja o violencia sexual por parte de terceros a lo largo de su vida (OMS, 2021). Entre las distintas manifestaciones de esta violencia, la violación se presenta como una experiencia profundamente traumática, que no solo afecta a la integridad física de las víctimas, sino que tiene consecuencias psicosociales, legales y económicas de largo alcance.

Desde una perspectiva jurídica, la violación es entendida como una agresión sexual con penetración no consentida, cometida mediante violencia, intimidación o abuso de una situación de superioridad o vulnerabilidad. Este concepto ha evolucionado a lo largo del tiempo, especialmente tras la incorporación de tratados internacionales como la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (CEDAW) y la Declaración de Naciones Unidas sobre la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, los cuales han permitido ampliar la comprensión de este delito desde un enfoque de género y de derechos humanos (ONU Mujeres, 2020). Paralelamente, en el ámbito de la salud pública, la violación es reconocida como una emergencia sanitaria con efectos sistémicos, que puede derivar en trastornos mentales, problemas físicos y desestructuración del entorno social de la víctima (WHO, 2013).

El impacto de la violación no se limita a las consecuencias inmediatas del acto. Una de las dimensiones más invisibilizadas, pero de gran relevancia para la autonomía de las mujeres, es la afectación que esta experiencia tiene sobre sus trayectorias laborales. Las dificultades para reincorporarse al mercado de trabajo, la pérdida de empleo tras el evento traumático, la discriminación institucional y el estigma social, configuran un entramado de barreras que refuerzan la exclusión y dificultan el acceso a un empleo digno, estable y seguro (OIT, 2020; Fundación Adecco, 2019).

Pese a la gravedad de esta problemática, los procesos de inserción sociolaboral de mujeres sobrevivientes de violación han sido históricamente desatendidos en las políticas públicas, y escasamente abordados por los estudios académicos. La falta de protocolos específicos, la fragmentación de los servicios y la ausencia de indicadores diferenciados dificultan la identificación de sus necesidades reales y, por tanto, el diseño de respuestas eficaces. En consecuencia, muchas mujeres que sobreviven a una violación enfrentan una doble victimización: primero, por el hecho violento en sí; y luego, por los obstáculos sistemáticos que les impiden retomar una vida autónoma y productiva.

En este contexto, se hace urgente un abordaje multidisciplinar que combine las perspectivas psicológica, sociológica, jurídica y laboral para comprender en profundidad los factores que inciden en la inserción laboral de estas mujeres. Tal enfoque debe considerar tanto los efectos del trauma como las dinámicas sociales de estigmatización y exclusión, así como las respuestas del sistema institucional y el rol del entorno empresarial.

El presente artículo tiene como objetivo analizar los procesos, barreras y facilitadores que intervienen en la inserción sociolaboral de mujeres víctimas de violación. A partir de una revisión documental rigurosa y de la identificación de buenas prácticas, se propondrán estrategias concretas para promover la inclusión laboral desde un enfoque de derechos humanos, equidad de género y reparación integral. El análisis se articulará en torno a seis ejes: las consecuencias psicosociales de la violación, las barreras para la empleabilidad, las estrategias de intervención más efectivas, las experiencias exitosas a nivel internacional, las propuestas para la mejora de las políticas públicas y, finalmente, una reflexión crítica orientada a promover un cambio estructural y cultural.

Al visibilizar esta problemática y generar propuestas fundamentadas, se busca contribuir a la transformación de un sistema que, hasta ahora, ha fallado en garantizar condiciones de igualdad para mujeres que, además de sobrevivientes, son agentes de cambio con capacidades, saberes y proyectos vitales que merecen ser acompañados y fortalecidos.

2. Consecuencias Psicosociales de la Violación

La violación no es únicamente una agresión física; es un acto profundamente traumático que deja secuelas duraderas en la salud mental, la vida social y la estructura económica de las mujeres que la sufren. Su impacto se despliega en múltiples niveles —individual, familiar, comunitario y estructural— y afecta tanto al presente como al futuro de las víctimas, influyendo de manera directa en su bienestar general y en sus posibilidades de reconstrucción vital.

2.1 Consecuencias psicológicas

Desde el punto de vista clínico, los efectos psicológicos de una violación son intensos y, en muchos casos, persistentes. El Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) es uno de los diagnósticos más frecuentes entre las mujeres sobrevivientes, caracterizado por la presencia de recuerdos intrusivos, hipervigilancia, insomnio, evitación y reexperimentación del suceso traumático (APA, 2013). La gravedad del trauma depende de múltiples factores, incluyendo la edad de la víctima, el vínculo con el agresor, la existencia de violencia previa y el contexto de apoyo posterior al hecho.

Además del TEPT, muchas mujeres desarrollan trastornos de ansiedad generalizada, ataques de pánico, episodios depresivos mayores e incluso trastornos disociativos, especialmente cuando el entorno no valida ni acompaña su experiencia (Cohen et al., 2019). En contextos de revictimización institucional —como cuando la denuncia no es tomada en serio o se las somete a múltiples entrevistas humillantes—, se incrementa la posibilidad de retraumatización, afectando gravemente la autoestima y el sentido de control personal (Campbell, 2008).

En muchos casos, la experiencia de la violación produce alteraciones significativas en la autopercepción. Las mujeres pueden sentirse “rotas”, “sucias” o incapaces de retomar sus vidas, lo que afecta no solo su salud mental, sino también su motivación y capacidad para reintegrarse en espacios de trabajo, estudio o socialización (Herman, 1992). Esta percepción interna, marcada por el trauma, puede actuar como una barrera adicional al momento de enfrentarse a entrevistas laborales, capacitaciones o interacciones con figuras de autoridad.

2.2 Consecuencias sociales

En términos sociales, el aislamiento es una de las consecuencias más reportadas por las víctimas. Muchas mujeres, al no encontrar redes de apoyo comprensivas o al enfrentar la incredulidad de su entorno, tienden a replegarse, cortar vínculos o modificar sus rutinas de vida para evitar situaciones que les generen ansiedad o exposición (WHO, 2013). Esta pérdida de capital social tiene efectos directos en su bienestar emocional, su autonomía y su capacidad para acceder a oportunidades, incluyendo empleo, educación y vivienda.

Otro fenómeno frecuente es la estigmatización. En algunas culturas o entornos sociales, las mujeres que han sido violadas son consideradas como “manchadas”, “culpables” o “provocadoras”, cargando con una narrativa de vergüenza que, en lugar de señalar al agresor, culpabiliza a la víctima (CEPAL, 2020). Esta carga simbólica —que puede reforzarse incluso en espacios institucionales— refuerza dinámicas de silencio, retraimiento y exclusión.

Además, la violencia sexual puede tener un impacto devastador en las relaciones familiares. Algunas mujeres son expulsadas de sus hogares, rechazadas por sus parejas o cuestionadas por sus seres cercanos. En otros casos, se ven forzadas a convivir con el agresor por dependencia económica o presión social, lo cual perpetúa el ciclo de violencia y deteriora aún más su salud mental (ACNUDH, 2022).

2.3 Obstáculos estructurales para la recuperación

A nivel estructural, la recuperación integral de las mujeres sobrevivientes se ve comprometida por la falta de acceso a servicios especializados. En muchos países, los sistemas públicos de salud no cuentan con protocolos específicos ni profesionales formados para abordar adecuadamente las secuelas de una violación. Las listas de espera, la escasez de atención psicológica gratuita y la ausencia de acompañamiento jurídico integral limitan las posibilidades de reparación y recuperación (OIT, 2020; ONU Mujeres, 2021).

Por otro lado, la revictimización institucional —ya sea a través del sistema judicial, policial o asistencial— constituye uno de los principales obstáculos para la resiliencia. Muchas mujeres denuncian haber sido tratadas con indiferencia, juicio moral o insensibilidad por parte del personal institucional, lo que las lleva a desistir de los procesos legales o de búsqueda de ayuda formal (Campbell, 2006). Este contexto mina la confianza en las instituciones, perpetúa el silencio y alimenta la impunidad.

Finalmente, es fundamental destacar que el trauma de una violación no ocurre en el vacío: está atravesado por condiciones estructurales como la pobreza, el racismo, la migración, la discapacidad o la diversidad sexual. Estos factores interseccionales agravan la situación de vulnerabilidad de las mujeres y dificultan aún más su acceso a recursos de apoyo y justicia (Crenshaw, 1991; INMUJERES, 2021).

3. Barreras para la Inserción Sociolaboral

La reintegración sociolaboral de mujeres sobrevivientes de violación es un proceso complejo que se ve condicionado por múltiples obstáculos, tanto personales como estructurales. Estas barreras se manifiestan en distintos niveles —individual, social e institucional— y suelen interrelacionarse, generando una espiral de exclusión difícil de revertir sin una intervención específica, sostenida y multidisciplinar. Comprender y visibilizar estos obstáculos es un paso imprescindible para el diseño de políticas públicas y prácticas organizacionales realmente inclusivas.

3.1 Barreras individuales

Desde la perspectiva psicológica, muchas mujeres que han sido víctimas de violación presentan secuelas emocionales que dificultan su incorporación al mundo laboral. El miedo, la ansiedad persistente, la pérdida de confianza en sí mismas, la baja autoestima y los síntomas del Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT) afectan directamente su motivación, concentración, capacidad de interacción social y tolerancia al estrés (APA, 2013; Campbell, 2008).

Estas dificultades pueden manifestarse, por ejemplo, en el rechazo a participar en entrevistas de trabajo, en la evitación de espacios donde hay hombres en posiciones de poder, o en la sensación de incompetencia a pesar de contar con formación y experiencia laboral. En muchos casos, la víctima internaliza los discursos de culpabilización social, lo que repercute negativamente en su autoconcepto y disminuye la iniciativa para buscar empleo o emprender procesos de formación profesional (Herman, 1992).

La salud física también puede estar comprometida tras una agresión sexual. Consecuencias como trastornos del sueño, enfermedades de transmisión sexual, embarazos no deseados o dolor crónico son frecuentes y, en ausencia de atención médica adecuada, interfieren en el rendimiento laboral y en la posibilidad de mantener una rutina estable (WHO, 2013).

A estas dificultades se suman los condicionantes de clase social, origen étnico, orientación sexual, discapacidad o situación migratoria, que amplifican la vulnerabilidad y limitan las opciones reales de inserción. En mujeres trans, por ejemplo, la violencia sexual se intersecta con la transfobia y la discriminación estructural, generando tasas extremadamente altas de desempleo y pobreza (RedLacTrans, 2020).

3.2 Barreras sociales

A nivel social, el estigma asociado a la condición de víctima de violación es uno de los principales factores de exclusión laboral. La narrativa dominante en muchos entornos todavía cuestiona, minimiza o invisibiliza la violencia sexual, lo que alimenta prejuicios y actitudes discriminatorias. Las mujeres que se atreven a hablar públicamente de su experiencia suelen enfrentar desconfianza, morbo o rechazo, incluso por parte de empleadores y compañeros de trabajo (Fundación Adecco, 2019).

La revictimización social puede adoptar múltiples formas: desde comentarios insensibles en espacios laborales, hasta la pérdida de oportunidades profesionales por considerarlas “inestables” o “problemáticas”. Este tipo de discriminación no siempre es explícita, pero se traduce en prácticas como no renovar contratos, excluir de promociones o evitar asignaciones de responsabilidad. En algunos casos, las mujeres prefieren no revelar su situación para evitar el estigma, lo que limita su acceso a recursos de protección o adaptación laboral (OIT, 2017).

Además, la falta de redes de apoyo estables —familiares, comunitarias o institucionales— dificulta el acceso a oportunidades. Las mujeres que deben cuidar solas a hijos/as, que han sido expulsadas de sus entornos familiares o que viven en condiciones de precariedad habitacional, tienen menos margen para participar en procesos de formación, entrevistas o empleos con horarios rígidos (CEPAL, 2021).

3.3 Barreras institucionales

En el plano institucional, uno de los principales problemas es la inexistencia de políticas específicas que reconozcan y respondan a las necesidades de las mujeres víctimas de violencia sexual en materia laboral. Mientras algunos marcos normativos incluyen a víctimas de violencia de género en sentido amplio, la violencia sexual sigue siendo abordada de forma fragmentada, sin indicadores propios ni recursos diferenciados (PNUD, 2022).

Los servicios públicos de empleo, por ejemplo, rara vez cuentan con personal capacitado para identificar y acompañar a mujeres en situación de trauma. La falta de formación en enfoque de género y trauma en profesionales de orientación laboral, trabajo social o recursos humanos genera respuestas inadecuadas, que pueden perpetuar la exclusión o incluso causar nuevos daños (González y Herrero, 2020).

Otro obstáculo institucional es la baja coordinación intersectorial. Los dispositivos de atención suelen estar desconectados entre sí: salud, justicia, empleo, protección social y vivienda operan con lógicas propias, lo que obliga a las mujeres a transitar itinerarios fragmentados, duplicar trámites y relatar reiteradamente su historia, con el consecuente desgaste emocional (INMUJERES, 2021).

En el ámbito privado, muchas empresas carecen de protocolos internos que contemplen situaciones de violencia sexual. La ausencia de medidas de protección, licencias especiales, adaptaciones laborales o mecanismos de denuncia seguros contribuye a que las mujeres abandonen sus empleos o no accedan a ellos por temor a la exposición y al juicio (UNFPA, 2022).

4. Buenas Prácticas y Estrategias de Intervención Sociolaboral

Superar las barreras que enfrentan las mujeres víctimas de violación para integrarse al mercado laboral exige mucho más que voluntarismo institucional o programas generalistas. Requiere políticas públicas sensibles al trauma, estrategias intersectoriales de apoyo sostenido y transformaciones profundas en la cultura organizacional del mundo del trabajo. Afortunadamente, en los últimos años han emergido experiencias, modelos y herramientas con resultados positivos que sirven como referentes replicables y adaptables.

4.1 Programas de acompañamiento psicosocial con enfoque laboral

Uno de los enfoques más eficaces es el desarrollo de itinerarios integrados de inserción, que combinan atención psicológica, orientación vocacional, formación técnica y acompañamiento laboral individualizado. Estos programas parten de la premisa de que el acceso al empleo no puede desvincularse de los procesos de recuperación emocional, ni tratarse como una obligación inmediata tras el trauma.

En España, Cruz Roja ha implementado el programa “Itinerarios que cambian vidas”, dirigido a mujeres en situación de especial vulnerabilidad, muchas de ellas supervivientes de violencia sexual. El modelo incluye tutorías individualizadas, talleres de autoestima, habilidades sociales, alfabetización digital, formación profesional y vinculación con empresas comprometidas con la igualdad (Cruz Roja Española, 2023). Los resultados muestran una mejora significativa en la empleabilidad y en los indicadores de bienestar psicológico y autonomía personal.

También en Argentina, el programa “Ellas Hacen” —coordinado por el Ministerio de Desarrollo Social— brindó oportunidades laborales y formación a mujeres víctimas de violencia de género en sectores tradicionalmente masculinizados, como obras públicas y servicios urbanos. El enfoque territorial, combinado con la participación comunitaria, contribuyó a romper con el aislamiento social y a fortalecer redes de apoyo mutuo (Bonder, 2016).

4.2 Modelos de intervención con enfoque de trauma y género

Una innovación clave en el diseño de estrategias laborales para mujeres sobrevivientes de violación es la incorporación del enfoque de trauma. Este enfoque parte del reconocimiento del daño sufrido y busca evitar cualquier práctica que pueda reactivar o profundizar el malestar emocional. En el ámbito laboral, se traduce en prácticas de acompañamiento respetuosas de los tiempos de la persona, entornos seguros, escucha activa y ausencia de presiones o evaluaciones coercitivas (Elliott et al., 2005).

ONU Mujeres ha impulsado este modelo bajo la denominación de "Intervención laboral sensible al trauma" (Trauma-Informed Employment Interventions), el cual se ha implementado con éxito en proyectos piloto en Canadá, Reino Unido y Sudáfrica. Entre sus componentes se destacan la flexibilidad en la incorporación laboral, la formación de personal de RR. HH. en violencia de género, y la adaptación de las condiciones de trabajo para garantizar seguridad emocional (ONU Mujeres, 2020).

Además, los programas con perspectiva interseccional —que contemplan el cruce entre violencia sexual y otras formas de opresión— han demostrado ser más eficaces al trabajar con mujeres indígenas, migrantes, trans o con discapacidad, pues reconocen las distintas capas de exclusión que enfrentan y adaptan las respuestas a sus realidades concretas (Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora, 2021).

4.3 Experiencias internacionales exitosas

Diversos países han desarrollado programas públicos y alianzas público-privadas que han logrado avances tangibles en la inclusión laboral de mujeres sobrevivientes. En Colombia, el programa “Empleabilidad con Equidad” —coordinado por el PNUD y el Ministerio del Trabajo— integró a más de 2.000 mujeres víctimas del conflicto y la violencia sexual en rutas de empleabilidad formal, con un enfoque territorial y de género (PNUD Colombia, 2021).

En España, el Programa PEMCYL ha conseguido tasas de inserción superiores al 60% entre mujeres en situación de vulnerabilidad, gracias a la articulación de acciones formativas, asesoría individualizada, y colaboración con empresas e instituciones locales (Junta de Castilla y León, 2022).

Asimismo, el modelo “Women in Safe Homes” (WISH) en Reino Unido combina acceso a vivienda segura, orientación laboral y atención psicosocial para mujeres víctimas de violencia sexual, integrando recursos del sector público, organizaciones comunitarias y empresas privadas. Este modelo ha sido reconocido por su efectividad en reducir la reincidencia de la violencia y mejorar las condiciones de vida a largo plazo (SafeLives, 2021).

4.4 Rol del sector empresarial, políticas públicas y tercer sector

El compromiso del sector privado es un componente indispensable en cualquier estrategia sostenible de inclusión sociolaboral. Empresas de distintos países han adoptado buenas prácticas que incluyen cuotas de contratación inclusiva, formación interna en igualdad, protocolos para acompañar a trabajadoras víctimas de violencia y campañas de sensibilización.

Por ejemplo, el programa “Empresas por una Sociedad Libre de Violencia” impulsado por el UNFPA en México y América Central promueve la adopción de estándares laborales que garantizan ambientes seguros, no discriminatorios y proactivos en la prevención de la violencia (UNFPA, 2022). Asimismo, iniciativas como el sello “Empresa Comprometida con la Igualdad” en Argentina reconocen a compañías que implementan medidas estructurales en favor de la equidad.

Las políticas públicas, por su parte, deben garantizar recursos estables y mecanismos de evaluación que permitan medir el impacto real de los programas. La intersectorialidad, la territorialización de las acciones y la inclusión de las mujeres como protagonistas activas en el diseño e implementación de las estrategias son claves para asegurar su eficacia y sostenibilidad.

El tercer sector —organizaciones de mujeres, redes comunitarias, ONGs especializadas— juega un papel central en la identificación de necesidades, el acompañamiento cercano y la defensa de los derechos de las sobrevivientes. Su experiencia territorial, capacidad de articulación y legitimidad social las convierten en aliadas estratégicas que deben ser reconocidas y fortalecidas por las políticas públicas.

5. Propuestas para la Mejora de la Inserción Sociolaboral

La mejora de los procesos de inserción sociolaboral para mujeres sobrevivientes de violación requiere no solo de voluntad política y recursos, sino de una transformación integral en la forma en que los sistemas laborales, institucionales y sociales comprenden y abordan la violencia sexual. A partir del análisis de barreras estructurales y de la revisión de buenas prácticas, este apartado presenta propuestas concretas para avanzar hacia un modelo de inclusión sociolaboral más justo, efectivo y sensible al trauma.

5.1 Diseño de políticas públicas con enfoque de derechos

La primera medida imprescindible es el reconocimiento explícito de las mujeres víctimas de violación como un colectivo con necesidades específicas dentro de las políticas de empleo, igualdad y protección social. Es necesario que los planes estratégicos de empleo de los gobiernos nacionales y regionales incorporen un eje transversal de atención a víctimas de violencia sexual, con indicadores propios, metas medibles y presupuestos asignados (CEPAL, 2021).

Estas políticas deben incluir programas gratuitos y accesibles de formación profesional, asesoramiento jurídico, apoyo psicológico y acompañamiento en la búsqueda activa de empleo. Asimismo, se recomienda establecer cupos o incentivos fiscales para empresas que contraten a mujeres sobrevivientes, tal como se ha implementado en países como Uruguay, México y Canadá (OIT, 2020; ACNUDH, 2022).

Por otro lado, es fundamental garantizar mecanismos de reparación integral que incluyan medidas de restitución económica, rehabilitación psicosocial y garantías de no repetición. Estas medidas deben contemplar el empleo como un derecho y un eje central de autonomía para las sobrevivientes.

5.2 Fortalecimiento institucional y formación de profesionales

El segundo eje estratégico debe enfocarse en fortalecer las capacidades institucionales de los actores clave en los procesos de empleabilidad: servicios públicos de empleo, agencias de desarrollo local, centros de formación profesional y oficinas de recursos humanos.

Una medida prioritaria es la formación continua del personal en enfoque de género, interseccionalidad y atención informada en trauma. Esta formación debe incluir contenidos sobre los efectos psicológicos y sociales de la violencia sexual, la comunicación no revictimizante, la adaptación de itinerarios formativos y el acompañamiento personalizado (González y Herrero, 2020).

También se propone el desarrollo de protocolos institucionales específicos para la atención laboral a mujeres sobrevivientes de violencia sexual. Estos protocolos deben garantizar la confidencialidad, el consentimiento informado, el respeto por los tiempos de recuperación, la flexibilidad de horarios y el acceso prioritario a programas de inserción.

Además, es clave mejorar la coordinación intersectorial entre servicios de salud, justicia, protección social y empleo. La creación de “unidades integradas de atención y empleo” podría facilitar la derivación ágil de casos, la construcción de itinerarios personalizados y la respuesta articulada ante situaciones de emergencia.

5.3 Transformación del entorno laboral

El entorno laboral debe transformarse en un espacio seguro, inclusivo y proactivo en la prevención de la violencia y la discriminación. Para ello, se recomienda que las empresas adopten políticas internas claras contra la violencia de género, que incluyan canales confidenciales de denuncia, medidas de protección y protocolos de actuación ante casos de violencia sexual (UNFPA, 2022).

La sensibilización del personal —especialmente de mandos intermedios y áreas de recursos humanos— es una herramienta clave para evitar la estigmatización y la discriminación hacia mujeres que han atravesado situaciones de violencia. Las campañas internas de concienciación, las charlas formativas y la inclusión de cláusulas de equidad en los convenios laborales pueden tener un impacto significativo en la cultura organizacional.

Asimismo, se propone implementar medidas de acción afirmativa como el teletrabajo, la flexibilización de jornadas, el acceso preferente a bajas y las adaptaciones ergonómicas y psicosociales del puesto de trabajo. Estas acciones no solo benefician a las mujeres sobrevivientes, sino que mejoran el bienestar general del entorno laboral.

5.4 Participación de las sobrevivientes en el diseño de políticas

Finalmente, toda política o programa que busque ser verdaderamente transformador debe contar con la participación activa de las propias mujeres sobrevivientes en su diseño, implementación y evaluación. Su experiencia, conocimiento y perspectiva son fundamentales para construir respuestas eficaces y respetuosas.

La creación de consejos consultivos de mujeres, el financiamiento de asociaciones de sobrevivientes y la inclusión de sus voces en espacios de toma de decisiones son estrategias que fortalecen la democracia participativa y garantizan que las políticas respondan a necesidades reales, y no solo a diagnósticos externos.

Promover su liderazgo no implica instrumentalizar su dolor, sino reconocer su capacidad de resiliencia, agencia y transformación social.

Conclusiones

La inserción sociolaboral de mujeres víctimas de violación constituye un desafío estructural que exige atención urgente, recursos específicos y un cambio profundo en la forma en que nuestras sociedades comprenden la violencia sexual y sus secuelas. A lo largo de este artículo se ha evidenciado que las consecuencias de una violación no terminan con el hecho traumático, sino que se prolongan y profundizan cuando las instituciones, los sistemas laborales y el entorno social fallan en garantizar mecanismos adecuados de reparación, apoyo y restitución de derechos.

En primer lugar, se ha demostrado que las secuelas psicológicas y sociales de la violación —como el Trastorno de Estrés Postraumático, la depresión, la pérdida de redes de apoyo y el aislamiento— impactan de forma directa en la capacidad de las mujeres para acceder y sostener un empleo digno. Estas condiciones, agravadas por el estigma, la desconfianza institucional y las desigualdades estructurales, constituyen una combinación de factores que dificultan, cuando no imposibilitan, la participación plena de las sobrevivientes en el ámbito laboral.

En segundo lugar, se ha documentado que las barreras a la inserción sociolaboral se manifiestan en múltiples niveles: a nivel individual, mediante el deterioro de la autoestima y la salud mental; a nivel social, a través de la revictimización y la exclusión simbólica; y a nivel institucional, por la carencia de políticas públicas específicas, la falta de formación del personal y la ausencia de articulación entre servicios. Esta triple dimensión de obstáculos revela la necesidad de respuestas multisectoriales, sostenidas y basadas en evidencia.

Sin embargo, también se han identificado prácticas exitosas, modelos replicables y estrategias eficaces implementadas en diversos contextos, que demuestran que es posible revertir este panorama. Los programas de acompañamiento psicosocial con enfoque de empleabilidad, las intervenciones laborales sensibles al trauma, la creación de alianzas entre gobiernos, empresas y organizaciones sociales, y la adopción de políticas públicas con enfoque de derechos, son todas herramientas concretas que han generado resultados positivos.

Frente a ello, este artículo propone avanzar en cuatro direcciones estratégicas:

1.     Incorporar a las mujeres víctimas de violación como grupo prioritario en las políticas de empleo, igualdad y justicia social, dotando a estos programas de presupuesto, indicadores diferenciados y mecanismos de seguimiento con perspectiva de género.

2.     Fortalecer las capacidades institucionales mediante formación especializada en trauma y violencia sexual para el personal técnico de servicios públicos de empleo, agencias de inserción laboral, centros de formación y recursos humanos en empresas.

3.     Transformar la cultura organizacional del mundo del trabajo, mediante protocolos contra la violencia, políticas de acción afirmativa y entornos seguros que eviten la revictimización y promuevan la dignidad de las personas.

4.     Promover la participación activa de las sobrevivientes en el diseño, monitoreo y evaluación de políticas y programas, reconociendo su rol como sujetas políticas, agentes de cambio y constructoras de soluciones transformadoras.

En definitiva, garantizar el derecho al trabajo digno para las mujeres que han sido víctimas de violación no es solo una cuestión de justicia social: es una condición necesaria para su autonomía, su salud integral y su pleno ejercicio de ciudadanía. Invertir en su recuperación y empoderamiento es una inversión en una sociedad más equitativa, más segura y más humana.

Como sociedad, tenemos el deber ineludible de desmontar los sistemas que perpetúan el silencio, la impunidad y la exclusión. Y también tenemos la oportunidad de construir nuevos relatos, nuevas políticas y nuevas prácticas que reconozcan a las mujeres no solo como víctimas, sino como sobrevivientes, líderes y protagonistas de su propio destino.

Referencias

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